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El arte como revolución y poesía, por Grace Chacón León

Por Grace Chacón León

Escritora de Palabra que dormía

Arte es belleza, emoción, abstracción, imaginación, comunicación, transmisión de vivencias a través de técnicas sensoriales expresivas, deseo de trascender y mucho más. Según la RAE, el arte es una manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros. Pero, según Gombrich, no hay realmente arte; sino artistas. Individuos capaces de hacer una propuesta innovadora que comunica un mensaje que conmueve. La obra de arte es el mediador entre el artista y el espectador.

El arte es esencialmente humano. Si bien el canto de un jilguero, el colorido y la danza elaborada de un ave del paraíso, lo bien diseñado de un nido de avispa alfarera o la forma de la concha de un molusco gasterópodo pueden ser considerados artísticos, su ejecución parece venir preprogramada: ser no consciente. Y aunque es esencialmente hermosa, la variación, la exploración de opciones y el ejercicio creativo que relacionamos con el arte son propios de nuestra especie.

De hecho, el arte se encuentra en todas las culturas. Históricamente, hay evidencias de ejercicios artísticos desde el Paleolítico, e incluso en los neandertales. Hace setenta y tres mil años, en Blombos Cave, actualmente Sudáfrica, ya comenzamos a tener los primeros juegos geométricos sobre paralelepípedos de óxido de hierro (ocre). Y hace cuarenta mil años, ya hay otras evidencias, como las figuras de las Venus y las pinturas en las paredes de las cuevas.

Así, el arte ha estado con nosotros desde el principio y ahora está en nuestro día a día. Nos llega por los auriculares y los teléfonos mientras caminamos por las calles o vamos en el transporte público; por las imágenes del entorno que nos asaltan en un mundo de publicidad, en las esculturas urbanas, en los museos, en los conciertos y en el teatro.

En la historia de la humanidad, nunca ha habido tanto arte rodeándonos. Incluso el atuendo personal revela la postura vital de las personas: la forma y el color del cabello, los piercings, tatuajes, maquillajes y el tipo de ropa. Todo esto lleva en sí mismo una valoración estética, una opción vital. La presencia de las muy variadas formas del arte es nuestro ejercicio de libertad creativa.

El arte es una forma de rebelión contra lo anodino, lo estándar, lo impuesto, pero también puede expresarse a favor de lo clásico, lo «aceptable y adecuado». Esta contraposición tuvo su apogeo en la evolución de los estilos artísticos del siglo XIX, con el reinado del neoclasicismo seguido del realismo, el academicismo y el impresionismo. Sin embargo, en el siglo XX, las vanguardias estallaron en una explosión de luz y color, una diversidad que continúa en las individualidades del siglo XXI. 

Las personas solemos recordar con preferencia al menos una obra que nos ha impactado. Algunos pueden hablar del tríptico de El jardín de las delicias del Bosco, en la colección del Museo Nacional del Prado (museodelprado.es), o de los nenúfares de Monet, Le Bassin aux nymphéas, harmonie verte, en el Musée d'Orsay (musee-orsay.fr), o quizás de alguno de los resultados de las danzas de Pollock (Number 3, 1949), entre tantas otras. La elección es muy personal.

El arte nos acompaña en un mundo que olvida continuamente que está al borde de la aniquilación, ya sea por una catástrofe nuclear, un virus de diseño escapado de un laboratorio de «alta seguridad», el cambio climático o las guerras inacabables. La música, poesía, narrativa, arquitectura, escultura, pintura, danza, cine e incluso las series y los videojuegos nos conectan con la belleza y la emoción. Si algo describe el arte hoy en día, es que su presencia es muy diversa y la disfrutamos, defendemos y compartimos con nuestras personas más cercanas. Una determinada afinidad artística puede propiciar relaciones personales más íntimas.

El arte y la política han estado densamente imbricados a lo largo de la historia. Hablar de Napoleón, por ejemplo, es recordarlo a través de los ojos de Jacques Louis David (Le sacre de Napoléon - Louvre Collections) o de Ingres (Napoléon Ier sur le trône impérial - Louvre Collections). Podemos pensar también en el Guernica de Pablo Picasso (Museo Reina Sofia) y otros tantos más.

Richard Wagner, en una carta de 1849 a su futuro suegro Franz Liszt, escribió: «No tengo dinero, pero lo que sí tengo es un enorme deseo de cometer actos de terrorismo artístico» y posteriormente hizo tres ensayos, uno muy intenso, llamado Arte y revolución, en que indagó en las raíces de los griegos. Sin embargo, ha llovido mucho desde entonces. Hoy, la auténtica revolución es la presencia del arte en nuestras vidas. Es un lujo asequible que nos reconcilia con nuestras rutinas y nos permite disfrutar de la belleza. Muchas veces son artistas quienes nos inspiran en nuestro día a día y los asumimos como líderes culturales naturales y necesarios.

Como dice una frase anónima: «Hiere a un artista y verás obras de arte nacidas de lo que has hecho». Quizás, psicológicamente, el arte sea incluso una forma de «curarnos» de la realidad.


Bibliografía:

Gombrich, E. H. 2006. La historia del arte. Editorial Phaidon.

 

¿Y si tú fueses una obra de arte?

 

El tiempo te daría más valor.

Podrías ser muy clásica en la forma,

o lo preconcebido entre la niebla.

Algunos llorarían de alegría

al sentirse atrapados por tu aroma.

Otros te olvidarían tras las ráfagas

incesantes de más y más mixturas.

 

Verías temblar ante ti los cuerpos,

color arrebatado,

soplos de ensoñaciones.

Algunos te verían anodina,

otros encontrarían en ti al mar.

A veces mirarías unos ojos

hundidos, con sus manos encendidas,

las siluetas quebrando el bestia sol.

 

Otros te soñarían derribada,

inacabada, ruinas, monumento,

o infinita y sin miedos,

lista para inspirar

búsquedas de amor.

Serías veleidosa, también frágil.

Secretos guardarías.

Serías un legado, una renuncia.

Nos dejarías mudos,

también indiferentes.

 

El sueño más profundo cambiaría

el universo cierto por anhelos.

Yo te tendría miedo con deseo.

Un ser concebiríamos, un mundo

con tus labios, tu piel y tus certezas.

Y siempre escucharíamos tu voz.


Mi esperanza y mi paz, eso serías.

Y vestirías nombre de mujer.

 

Écfrasis 1

En 1872, Berthe Morisot pintó la obra impresionista Le Berceau (Musée d'Orsay). En ella están representadas Edma Pontillon (hermana de Berthe) y su bebé, Blanche. En 1874, la artista expuso la pintura en El Salón de los Rechazadose e intentó venderla sin éxito. La obra finalmente fue heredada por la propia Blanche. Más tarde, fue adquirida por el Louvre y, actualmente, se encuentra expuesta en el Museo d'Orsay.

 

¡Artista!

 

Yo esperé por ser madre

varios lustros más que Edma

y hoy me siento como ella, así, exacta,

viéndote respirar

una vez y otra vez y otra aún más,

viéndote respirar

un tiempo interminable.

 

Sentir tu aliento es paz para mis ojos,

marejada de anhelos.

Un leve parpadeo tuyo rinde

mi tiempo a tu ternura.

Se enfría toda idea,

y danza dulce cada melodía

que nace de tu luz.

 

En el dos mil noventa,

cuando alcances la edad estipulada,

estará el conectoma de tu mente

en el ordenador.

Allí descansarás.

Serás un ser humano de nuestra época.

¡Serás artista! Como siempre fuimos.

Artista como sueño del final.


Grace Chacón León


Altocúmulos y pájaros por Irene Rus
Altocúmulos y pájaros por Irene Rus

 

SEMBLANZA


Caracas, 1965, en una tarde de octubre. Si hay algún inicio debe ser este. O quizás fue aquella otra tarde en la que la estudiante de biología decidió aferrarse al pequeño libro de versos de Manuel Machado. O tal vez cuando el futuro padre de sus hijos le regaló, una cierta tarde de febrero, un atado de páginas con la poesía completa de Lorca. Ciertamente, Cortázar, Baudelaire y Paul Éluard también fueron comienzos.

El salto de leer a escribir de continuo ocurrió más bien una noche de noviembre, frente a un ordenador temeroso de un posible contagio de COVID en plena pandemia, mientras sentía la necesidad de liberar ese musgo, esos aleteos, esos besos que ya no querían quedarse quietos, escondidos dentro.

Ahora, varias películas de ciencia ficción y conciertos de cello después, en Madrid, se escuda por las tardes-noches tras la belleza del arte y las palabras. Todo para sentir que aún late, que queda mucho por cambiar, por decir, por soñar. Y si algo desea cada vez que encuentra a un autor nuevo, es que se trate, una vez más,  de otro incesante comienzo.



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