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Entre el vértigo y el reflejo: caer y poseer(se)


La poesía de Josema Chicheri nos adentra en las zonas más frágiles y complejas del ser humano: la mente que divaga, el cuerpo que colapsa, la memoria que no siempre consuela. Los poemas «La caída» y «Posesión y abstracción» nos invitan a una lectura profunda, donde el lenguaje se convierte en espejo, en vértigo, en resistencia.


      Se aborda el tránsito por estados límites: el desvanecimiento físico que deviene en una revelación espiritual, y la pérdida de certezas internas que desnuda las contradicciones de nuestra identidad. La poesía de Chicheri dialoga con lo más íntimo y  universal, trazando un mapa emocional que no ofrece salidas fáciles, pero sí preguntas necesarias. En sus versos encontramos además una forma de nombrar el caos y, quizás, sobrevivirlo.


Poesía


La caída


Se levantan las almas del día,

cuerpo de Cristos yacentes, esculpidos

en epidermis y palpados en algarabía.

Hoy se divisan cariños tupidos,

remedios untados en mantequilla,

en limón, en canela, en tomillo.

En garbanzos que adquieren su brillo.

En el café matutino y vainilla.

Hoy se respira profundo y remosto,

recostadas espaldas, fruncidos los ceños,

sonados paisajes, profundos los sueños.

Semblantes risueños, ronquidos en rostros.

Me alzo deambulando por pasillo angosto.

Hoy se divisan entre edificios rojizos

opacas ventanas que imaginan sexuales chamizos.

Llega el desayuno, pan negro, agradable.

El almuerzo, semillas inmasticables,

mermelada, remozados vegetales.

Llega la cena, el té caliente.

Fin del hambre. Y del hombre.

Fin de la histeria. Y de la historia.

Y de la manera de guardarlo todo

en la memoria.

Voces lejanas, miradas oscuras.

Solo veo tu cara, Alonso, solo tu cara.

Y zompo camino, y es viernes de madrugada.

Y Almodóvar nos educa a base de reproches.



Entonces se reencuentran, se besan entre broches.

Se excitan. Se incitan.

Yo me levanto, tomo aire y no me imitan.

Un paso, dos pasos. La fuerza cae

sobre mis entrañas.

Mi cabeza me da vueltas.

Ligereza. Silbidos. Migraña.

Me recuesto, lo veo venir.

El desenlace es súbito pero sutil.

Intento detener mi caída,

quizás pienso que de alguna forma lo consiga.

Y se acabó. Mi espalda cae

como res muerta en su fatiga.

Amnesia. Kinesia. Paresia.

Escucho voces que pronuncian

mi nombre.

La mirada asustada de no saber

qué hacer con este hombre.

Cara blanca, labios blancos.

Palidez cadavérica de camino zanco.

El caminar devuelve la vida,

el latido se vuelve a sentir.

La tormenta es derrotada enseguida

y los dioses vuelven a creer en mí.



Posesión y abstracción


La posesión de lo abstracto,

la abstracción de lo poseso.

Es todo lo que sueles ver a tientas,

lo que, a pesar de muchas vueltas,

pero darle poco peso,

se desprende.

Tu entereza es mucho más

que todo eso.

Y de repente

te vas dando cuenta.

Al principio, paulatinamente

de los cuentos de hadas

que has ido relatando,

inconsciente.

Retratos de gente que no existe

pero albergaba euforias

que se tejían en tu mente.

Dibujada, ilusionada.

Saboreando tus victorias,

las glorias presentes, las pasadas,

las de ocasiones por pintar.

Las que amando dragones con llamas

con pinta de doncellas rubias aladas,

te prometían oasis de porvenir,

palmeras, paradisiacas playas.

Ensueño que te aciaga sin mentir.



No es posible descubrirte en la verdad

sin rasgarte tus propias vestiduras.

Sin martirios que te tienen en ayunas.

Ansiedades que te impiden respirar.

Es difícil entenderla sin dañarte

con tus propias cuerdas,

sin cortarte

la mente, las venas, la desidia.

De los nidos que dejaste

y que lloraste por envidia.

Y a los que algún día

puede ser que todavía

aún pretendas regresar.


Abandonar algún día;

pisar Tierra Prometida.

Los lamentos por no poder volver.

Las raíces que se pierden:

la abstracción de lo que se empieza a poseer.

Y cuando tienes muchas cosas,

de delirios y de otras formas

las empiezas a perder.

Y las vas comenzando a hacer merecer.

Pero en ese mismo instante

ya se han ido de tu seno,

se marcharon por su propio pie.

Como arena de la playa que intentas retener,

y la aprietas fuerte con tus dedos,

escurriéndose entre ellos

sin poderla contener.


Posees todo lo que no entiendes,

pero no entiendes lo que has de poseer.

Que en alguna otra vida quizás sea nada,

y nades sobre aguas extrañas heladas,

bucees en océanos oscuros siniestros,

escales Himalayas sin sherpa y sin red.

La obsesión de volverlo a poseer.

Entiendes lo que no atesoras;

le das a tus ausencias demasiado poder.

Tus fuegos de artificio se convierten en cinismos

y tus miedos se acompañan con tu fe.

Con la potencia de tu mente que no se detiene.

Que no para de pensar en retroceder.

E inventar, como hiciera Leonardo,

artilugios o artefactos

para rebobinarte a ti mismo

y protagonizarte otra vez.

Como si el teatro que has vivido

no lo hubieras adquirido

como parte de tu satisfacción.

De quererte de nuevo en ese rincón:

escondido y absorto.

Maldigo lo que he vivido, pero lo escondo;

y cuando salgo de mi mismo y me miro en el espejo,

ese tipo no soy yo.

Es el reflejo de cualquier extraño

que se asemeja a un transeúnte.

Individuo que pasa por tus días

con más pena que alegría

y sin más gloria que la paz.



Ese tipo que describo es otro actor.

Y lo tengo que hacer desde cero,

teatralizarme de nuevo en cueros

y mirarme como vista de pájaro

en un balcón.

Ahora mismo lo procuro,

lo intervengo y lo asumo

y me aseguro a mí mismo,

me lo juro;

que aquello que vi no me gustó.


Que escape de este sitio

en que me encuentro

no arreglará demasiado,

ni repintará lo mal pintado,

ni recorrerá hacia otro adiós.

No existirá de nuevo aquel prójimo,

tampoco habrá escapatoria,

ni en el hoy de mis días,

futuro perfecto, futuro próximo,

ni tampoco en mi memoria.

La posesión de lo abstracto.

Lo abstracto de mi posesión.


Fotógrafo: Emiliano Figueroa Romero
Fotógrafo: Emiliano Figueroa Romero

Josema Chicheri (Cartagena, 1986). Nací de madrugada mirando al mar. Y esa fue, quizás, la razón por la que siempre me inspiraron las noches y la templanza de las veladas que parece que nunca acaban. Crecí entre juegos junto a las vías del tren de casa de mis abuelos y la dulzura del cobijo de mis padres, casi siempre respirando las olas del Mediterráneo. Mi amor por las humanidades y las letras hizo que me licenciara en Historia y en Derecho. En cierto momento de mi vida emigré a Varsovia, dónde comencé Impurezas (Ediciones Carena, 2023), casi siempre bajo la luz de la luna pegado al balcón de mi apartamento. Un tiempo después lo pulí, lo remocé y le di vida entre hospitales en aquel crudo invierno de pandemia.




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