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Reseña - «Geografía del sueño» de Ramiro Rodríguez (Alja, 2024)

Cuando nos adentramos en nuestras profundidades, existe un momento en que no hay

distinciones entre la realidad y este mundo interno; es como transitar en universos paralelos

que conviven a veces de manera pacífica y otras de manera caótica, pero que a la vez

recrean un mundo nuevo.


En Geografía del Sueño (Alja, 2024), Ramiro Rodríguez nos lleva por un viaje, en el que la

voz poética, al mirarse a sí misma (hundimiento en espejos interiores) se ve acompañada

de una presencia que podría ser ella misma u otro ser, revelándonos mediante este

encuentro a la divinidad:


Dentro del sueño

[hundimiento en espejos interiores]

dos cuerpos encuentran

la geografía espesa de la ubicuidad.


Al transitar los poemas, los versos nos devuelven verdades, sobre aspectos intangibles

como el tiempo. Lo anterior lo podemos observar de manera clara, en el poema “Portales”:


… El zagúan permanece cerrado,

señal inequívoca de que el tiempo

no es interrupción, sino continuidad de voces,

diseminación de pájaros en la orbe,

perplejidad frente a los ojos.


Aquí el autor nos devela al tiempo como algo constante, perceptible en esas voces, como

aves que se propagan por todo un universo habitable y que hacen dudar a los sentidos.


Por otro lado, el autor hace uso de los colores, como una forma de dar solidez a un estado

que podríamos describir como acuoso. Nos adentra en un abanico de posibilidades, donde

las tonalidades nos recuerdan que la realidad es compacta, contrario a la naturaleza de lo

que se describe y que en este caso complementa de forma perfecta la sensación de

inmersión:


Vastedad en la disidencia azul…

Abro el portal verde…

Amarilla, naranja la superficie de la fachada…


Es posible percibir una idea donde la realidad es fija y el sueño es de otra naturaleza. El

cuerpo se sumerge y nada, se contrapone a sí mismo, se duplica de manera infinita:


La fijeza del cuerpo

no es ya momentánea: soy sueño

dentro del sueño, desdoblamiento

de genes en criaturas similares,

salvación de la progenie

al entrar en el sueño: nos repetimos

en todos los espejos.


En estos versos finales se percibe una sensación como si entráramos a un fractal que

fragmenta la realidad y la proyecta en infinitos universos.


Más adelante, Rodríguez nos lleva a un viaje en el que podemos apreciar el eco del

silencio. Estos paisajes desolados, nos recuerdan de alguna forma, a los universos

plasmados por Juan Rulfo:


En estos territorios, el silencio adopta

una rara sonoridad que permanece

como eco en los espacios

de la memoria.


Paisajes del México rural que se hacen presentes de forma vívida:


Se levanta la niebla en la sierra

[la niebla, aliento en la cavidad del sueño],

árboles en la humedad en dos rostros:

se abren sombras en la hierba,

ojos de agua que mana de las colinas

para fertilizar los valles.


Entramos en rituales de ese México profundo, en el que ceniza y existencia se transforman

en una sola:


Se convierte la ceniza

en alimento, se deshila en los ojos

como recordatorio constante,

ritual de resplandor para quienes

celebran sus creencias.


Nos revela nuestros antepasados y con ellos, nuestras propias raíces, como un espejo que

nos devela quienes somos y de dónde venimos:


Me consagro en mi origen

de dioses, miro en el rostro

de mis ancestros

un poco de mi rostro.


Encontramos que la otredad de la naturaleza es cercana a nuestro ser esencial, pero nos

rebasa en cuanto a una conciencia que se describe como despierta:


Los árboles son monstruos enormes

en la conciencia del tiempo —gigantes despiertos—


En Geografía del Sueño, transitamos en una poética que nos lleva a descubrir nuestra propia naturaleza de seres conscientes de manera constante. Es encontrarnos en esa otredad que somos, hacerla participe de nuestro día a día, para develar verdades inmersas en nuestros más grandes anhelos.


Araceli Gutiérrez Olivares


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