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La sutileza del silencio: evocaciones en la prosa de Ave Barrera

La escritura de Ave Barrera nos evoca un mundo donde lo cotidiano se entrelaza con lo mágico, donde las emociones profundas se deslizan suavemente entre imágenes sensoriales y silencios significativos. Su prosa parece un susurro que invita a detenerse, a mirar con atención esos pequeños gestos y detalles que a menudo pasan desapercibidos, pero que encierran verdades universales sobre el deseo, la memoria y la identidad.

  

     Es una voz que explora las fronteras entre lo tangible y lo intangible, entre lo que se dice y lo que se calla, construyendo un espacio donde el tiempo se dilata y los recuerdos cobran una textura casi palpable. Cada palabra está cargada de intención, cada pausa, de significado. La sutileza de su lenguaje no disminuye su fuerza; al contrario, la potencia, al conectar con esas emociones que a veces parecen inefables.


     En su escritura, el cuerpo y el espíritu dialogan en una danza delicada, y la naturaleza se convierte en espejo y refugio, un escenario donde se despliegan las transformaciones internas y externas. Es un llamado a la contemplación, a la empatía y a reconocer la belleza que reside en la complejidad de lo humano y lo poético.


Cuento


Poco antes de que sus ojos se convirtieran en dos puntos amarillos, fijos en la luz, cuando sus largas orejas verdes todavía podían oírme, le prometí a la abuela Felicia que rociaría sus hojas con el aspersor cada mañana durante todos los días de mi vida. Y eso es lo que hago en este momento. Como cada mañana, antes de salir, antes de tomar café con leche, salgo al patio, coloco la escalerita y con el aspersor voy disparando el rocío sobre la orquídea hasta cubrir de humedad cada hoja y cada bulbo, hasta dejar bien empapadas las raíces. Disparo el rocío por arriba y por abajo, en todos los ángulos posibles hasta estar bien segura de que toda la planta ha recibido su buena dosis de agua. Mientras lo hago, casi siempre me da por pensar en qué voy a querer convertirme yo, si es que llego a convertirme en algo.


     Ya sé que falta mucho, que siempre puede ocurrir lo inesperado, que de buenas a primeras podría caerme una maceta en la cabeza y perder la vida de forma repentina, como quien pierde una muela comiendo piñones. Entonces no tendría tiempo para convertirme en nada, ni siquiera en chimpancé. Sin embargo, siempre que la vida siga su curso sin contratiempos, las personas llegan al momento en que deben decidir en qué quieren convertirse y comenzar con la transformación. En el templo y en la escuela se la pasan dándonos lecciones para eso. Nos dicen que debemos tener mucho respeto por los seres transformados y por los anacoretas que dedican su vida a protegerlos sin recibir a cambio prácticamente nada. Y digo «prácticamente» porque a leguas se les nota que algo reciben, algo que no se ve, pero que llevan puesto en los ojos y en las manos.

  

     Cuando hablamos entre nosotros, fuera de las clases, nos encanta contar historias de transformaciones inauditas, como la del monje budista que logró convertirse en roca. O la del maestro sabio que de tanto que había estudiado a los míticos dragones logró transformarse en uno. Nos encanta decir que vamos a convertirnos en algo asombroso y espectacular. Yo siempre digo que voy a transformarme en ballena. Felipe quiere ser morsa y Susana quiere ser una tortuga gigante, de las que viven más de cien años. Mi hermano Paco tiene pensado transformarse en una boa constrictor. Cuando me abraza le creo. Pero por supuesto que nada de eso lo decimos en serio. Claro que nos gustaría ser esos animales, pero a final de cuentas, cuando la gente crece, cambia de opinión. Algunos ni siquiera tienen las fuerzas, la disciplina o la voluntad suficiente para transformarse en nada.


Y es que puede parecer algo sencillo, pero la verdad es que se trata de un proceso realmente complicado. Yo pude verlo con mi abuela, que tuvo que seguir cada fase con una precisión micrométrica, de lo contrario algunas de las funciones como planta podían matar a su remanente humano antes de tiempo, y demorarse en alguna función fitoquímica podía dañar de forma irremediable a la planta en la que iba a convertirse y malograr la transformación. Es por eso que la mayoría, a final de cuentas, si no tiene de otra, decide convertirse en chimpancé. Es lo más rápido y lo más fácil. Si se siguen puntualmente las instrucciones, a los dos meses empieza a crecerte pelo por todas partes, se te achica la cabeza y tus manos empiezan a buscar ramas en lo alto.


     En cambio, los de alma valiente y libre suelen convertirse en perro o en lobo. Los que se cansan de vivir sobre la tierra se transforman en delfín. También hay quien se deshace en agua junto a un río o junto al mar, pero casi siempre son filósofos, poetas o gente con el corazón roto. Se sabe de casos milagrosos en que una muerte repentina y trágica hace que el corazón de la persona se convierta en colibrí, o que de unos malignos ojos salgan volando dos escarabajos negros. Únicamente aquellos que tienen mucha, pero mucha fuerza y determinación, consiguen convertirse en árbol. Y es que si se pierde la calma a mitad del largo proceso la conversión se arruina y pueden quedar como troncos secos con forma de hombre o dejar sus gestos de dolor atrapados en los nudos como un grito congelado en el viento. Pero si la persona es suficientemente íntegra y la transformación se lleva a cabo sin percances, sus raíces seguirán prendadas de la vida durante siglos y no tendrán nada qué temer además de los rayos, los huracanes y las largas filas de hormigas rojas.


     La verdad es que no estoy segura de llegar a reunir todo lo que se requiere para llegar a ser una ballena. Claro que me gustaría ser así de enorme y tener una memoria infinita y poder sumergirme hasta el corazón del mar, pero creo que extrañaría muchas cosas. 


La abuela Felicia decía que ni siquiera pensara en eso, que uno no extraña nada, porque deja de ser lo que era para convertirse en algo distinto, y que justo de eso se trataba la transformación. Pero yo no estoy muy convencida. Creo que sí extrañamos algo de lo que dejamos en la vida humana. De no ser así, entonces por qué la abuela Felicia habría decidido emprender una transformación tan complicada y riesgosa como la de una orquídea, de no haber sido por su deseo de quedarse aquí por siempre, entre las ramas de mi abuelo.



Semblanza


Ave Barrera (Guadalajara, 1980) es escritora y editora. Su primera novela Puertas demasiado pequeñas (Alianza, 2016) obtuvo el premio Sergio Galindo, y fue traducida al inglés como The Forgery por Charco Press. Con Restauración (Paraíso Perdido) obtuvo el Premio Lipp en 2018. Su más reciente novela, Notas desde el interior de la ballena, se encuentra publicada por Lumen (2024). Actualmente es becaria del Sistema Nacional de Creadores de Arte.






2 Comments

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Rated 5 out of 5 stars.

Qué bonita lectura. Siempre soñé con ser un delfín, me trasladó a la infancia. Da para reflexionar... en qué queremos convertirnos, es una pregunta cuya respuesta muta cíclicamente. Me gustó mucho la profundidad y la belleza con que transmite la historia. .. además te deja con una sonrisa el mensaje final sutil sobre el amor de pareja. Gracias por este cuento para cualquier edad.

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Guest
Jul 06
Rated 4 out of 5 stars.

Bonito cuento, escrito con mucha sutileza

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