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Caballos del río: la herencia del canto y la ausencia en la poesía de Luis Armenta Malpica

Esta elección de poemas de Luis Armenta conforman un recorrido emocional que enlaza la pérdida, la memoria y la figura del padre con una imaginería profundamente arraigada en la naturaleza, la música y el cuerpo. A través de símbolos como el río, los caballos y los árboles, se articula una experiencia del duelo que no busca consuelo fácil, sino que se entrega a la intensidad de la ausencia, al vértigo del recuerdo y a la posibilidad de redención a través de la palabra. La poesía, aquí, no explica la muerte: la cabalga, la escucha, la repite como un eco que no cesa.


     La voz poética se mueve entre la intimidad quebrada y la mitología personal, entre lo público del ídolo perdido y lo privado del padre que se deshace. Es una escritura que se fragmenta, que arremete contra el lenguaje cotidiano para encontrar su tono en la grieta, en la respiración entrecortada, en la voz que aúlla más allá del sentido. Los caballos no solo son animales salvajes, son también metáforas del deseo, del cuerpo herido, de la ternura imposible, del linaje que se niega o se busca hasta el final.


     En este viaje lírico, la muerte no aparece como un cierre, sino como una forma más del amor: un amor demasiado grande, demasiado vivo para caber en una sola vida o una sola voz. A través del canto, el poeta se reconcilia con sus fantasmas, con su herencia, y con esa otra forma de continuidad que ofrecen la música, la escritura y el silencio compartido. Lo que queda, tras el paso de los versos, es una emoción que no se disuelve, sino que permanece como el agua del río que sigue fluyendo, incluso cuando nadie la nombra.


Entrevista


Hoy tenemos el privilegio de conversar con Luis Armenta Malpica y, para empezar, nos gustaría ir al origen. La intensidad emocional y simbólica de tu poesía sugiere una relación muy profunda y antigua con la palabra. ¿Cómo llegó la poesía a tu vida?


     En realidad, no creo que la poesía o el oficio del poeta, como prefiero llamarlo, sea un don o una gracia que le llega a un individuo. Como toda actividad, sea física, mecánica o intelectual, requiere de un aprendizaje y de cualidades intrínsecas. Hay que saber manejar las herramientas y recursos propios de dicho oficio y, sobre todo, estar al tanto de los avances y experiencias ajenas que pueden enriquecer la propia.


Hablando justamente de esa práctica y del trabajo cotidiano con las palabras, ¿en qué consiste tu proceso creativo? 


     Pongo énfasis en mis lecturas, pasadas y presentes, en moldear mi lenguaje con base en diversos géneros, posibilidades y mixturas y, siempre atento al sonido (los ritmos, la cadencia, la modulación, la reverberación y la respiración de las palabras) encontrar un equilibrio no exacto de lo que el poema, el artefacto poético, busca expresar a mi lado. Porque caminamos juntos el poema y yo, eso sí lo tengo claro.


En ese sentido, y considerando esta relación tan afinada entre trabajo formal e intuición poética, ¿te consideras un poeta de la técnica o de la inspiración?


     No creo en la inspiración como algo divino o ajeno al hombre o a la mujer que escribe poemas. Sin embargo, hay una fuerza interior, cercana a esa inspiración de la que muchos hablan, que se hace presente cuando me propongo la escritura de un texto. Así que aprovecho el estímulo sensorial, emocional o intelectual para desarrollar dicho estímulo en ideas, frases, versos, cadencias y formulaciones que pueden dar por resultado un poema. Este proceso ya es mental y, por consiguiente, lo alimento con los recursos técnicos a mi alcance. Así que podemos cerrar la pregunta afirmando que no soy capaz de escribir un poema sin un estímulo interno (aunque parte de otros externos) y sin aplicar los recursos estilísticos que dicho proceso me impone o creo más propicios para encontrar una salida adecuada y más expresiva.


Y ya que mencionas estos recursos y herramientas, inevitablemente pienso en las voces que acompañan y forman a cada poeta. ¿Cuáles son tus referentes poéticos? 


     Soy un autor infiel por naturaleza. Si hablamos de figuras tutelares, he pasado de Vallejo, Borges y Paz a Wisława Szymborska, Inger Christensen o Tomas Trastömer sin problema alguno. Más bien, a estas alturas de la vida, creo que los referentes inmediatos no son escritores ni músicos ni artistas en general, aunque influyen bastante en mis temas y trabajo. Los asuntos sociopolíticos, la toma de partido contra la violencia o las intolerancias, y mi pertenencia al colectivo LGBTTTIQA+ se han vuelto un referente necesario para mis textos. El lenguaje incluyente o desdoblado, la perspectiva cuir y el ensayo o la postulación reflexiva como parte de los tonos emocionales son, tal vez, los referentes más actuales que persigo.


Desde esta mirada amplia y comprometida con lo que la escritura puede decir y transformar, si pudieras lanzar un mensaje al mundo sobre la poesía, ¿cuál sería?


     No creo que sea la tarea de un poeta o un oficiante del poema lanzar mensajes al mundo. Hay ideólogos (buenos y malos) y hay intelectuales (poquísimos) que están más informados para entender el mundo y todavía ser capaces de encontrar solución y respuesta a los conflictos. Yo busco, desde mis inicios, encontrar o hacerme preguntas en los poemas. Quizás, invitaría a esa gran minoría de lectores de poemas a que se acercaran sin prejuicios a los textos que no les gustan, para entender el por qué. Conocemos nuestras pasiones y buscamos espejos que nos hagan sentir cómodos. Un poema es algo más que un espejo. Debería ser un prisma al cual podamos hallarle varias facetas y rostros que, aunque sea el nuestro, siempre será, también, el de alguien más.


Muchas gracias, Luis, por esta conversación tan honesta y profunda. Tus palabras nos invitan no solo a pensar la poesía desde su dimensión técnica y sensible, sino también como un espacio ético, político y emocional. Es un privilegio escucharte hablar del oficio con tanta claridad y compromiso. Que este diálogo sea también una invitación a leer tu obra con nuevos ojos —y oídos—, atentos al ritmo, al silencio, y a esas preguntas que, como bien dices, siguen cabalgando junto al poema. Gracias nuevamente por tu tiempo y generosidad.


Poesía


TREE (LAST GOODBYE) TO JEFF BUCKLEY


Aquellos a quienes no cura la vida, los curará la muerte

Cormac McCarthy


I


Todos los hermosos caballos que pastaban junto al río

detuvieron su sed

con el suave galope de Jeff Buckley.

Entre oleaje de vino de lilas y de estupefacientes

su voz, irrespirable en esa gravedad de la fiesta entre amigos

se dijo adiós

de golpe. Sin otra

explicación. Cobijada por una noche seca, sin adornos

con la maldita gracia del saber bien morir.

Aleluya, piafaron los corceles todos

ahogados

con la misma tristeza

de haber sido domados por un dios inasible.

Aunque nació en Los Ángeles

él nunca me pidió que fuera su montaña

pero una vez

que estaba en el río Wolf

entró con todo y botas

y aulló la noche entera un tema de Led Zeppelin.

Al desmontar del sueño de su hermano

Jeff era un joven

con escasos dieciocho

la vieja cartuchera del padre que no utilizaría

un rifle en la garganta

y sin país alguno.

Y así como ese globo enorme de la patria

se desinfló su cuerpo

en un relincho.

Aleluya, respondió Leonard Cohen

al padre que no estuvo en su duelo.

Y al coro de los Wainwright

en un aullar sin ruido se sumó k.d. lang y todos los hermosos

caballos que todavía se bañan en ese mismo río.


II


Jeff Buckley nunca quiso una muerte a pedazos

lenta o en alguien más.

Para todos los vaqueros de McCarthy

(pienso en John Grady Cole)

la doma es un asunto de ternura

una cuestión viril

que se resuelve a solas.

Cuando la noche atraca

en los bancos de polvo

del Misisipi llega esa sombra del viento

rápida como el banjo

una detonación

el relincho indomable

del poema.

Se empieza por la silla: tallada siempre

a mano. Acercar la nariz a la crin

empaparse de avena

y remolacha. Al hombro los arreos

en la mirada el miedo

y en la voz

la sutura del canto que aprendimos

en la más tierna infancia.

Es decir: remontamos

la vida al sur del viejo Misisipi que atraviesa

y separa la patria de la piel

el galope del verso.


Ciudades de la llanura humana que el caballo recorre

entre sudor y sed. A pelo

si hay certeza del camino

sin importar los pastos

o la espuela.

Indefectiblemente una cuerda roñosa

es el único vínculo. Sea al poste

de descanso

al árbol y su sombra

a la sangre que trota y se encabrita.

Así sea que Jeff Buckley

se cuelgue de sí mismo

al concluir el deseo del amor.

Así sea que el poema no beba más del río

porque aguarda, paciente, a quien lo ensille

y mande.

Y que la noche caiga lentamente

a pedazos

también

en alguien más.


III


Me dicen que hay un álamo

en el río

que moja sus raíces en la voz de Jeff Buckley.

Es decir: en el blues

más profundo

de vino lila y caimán.

Un álamo sin pájaros. Un álamo

sin sombra. El álamo

de Jeff.

Y todos los caballos

cruzando las fronteras de la gracia

dejan en libertad ese poema.



De Greetings to the Family (Vaso Roto, 2016)



GOODBYE & HELLO


The new children will live for the elders have died

And I wave goodbye to America

And smile hello to the world.


Tim Buckley


Hola al aire, la luna y al enebro.

Al filamento verde que nos conecta con la tierra que elegimos.

Nuestra casa. Nuestra ciudad natal. El último reposo

donde la muerte no tendrá más dominio y ni el tallo se funde.

Al álamo y al roble. Adiós al río, a los cereales

y al insomnio. Adiós al posesivo de él o de ella. A los pronombres

nuestros que están en él y en ti. Hola al corcel

estampado en la chaqueta negra. A la camisa

blanca arremangada. Hola

al vino caimán. Adiós al rey lagarto y Dylan Thomas.

Cabalgo, luego existo. En la mano de Dios está

la brújula. Más rápido que veloz, porque siendo más breve

la palabra veloz no tiene el mismo movimiento ni se desliza

igual por los oídos. Tampoco queda firme junto al río

como el árbol del no nos moverán. Mucho menos azul

es el cabello si se agita y sumerge en las aguas celestes

donde se pierde un hijo, hermoso niño, una sobrina

un músico, un cantante. Adiós

a todos esos rápidos del río. Adiós al lobo.

Hola al olvido y a la resignación. Adiós al sida.

A las flores sexuales que nos desbarataron. Hola a la mariposa

prendida en la cabeza de cristal de un alfiler. Hola al vértigo esforzado

del ascenso y descenso del infierno. Al asidero donde trabar el pie

y nos descubra esa dicción sobreviviente a las versiones prosaicas

de los druidas. Más que del hombre, hablamos del idioma

de quien, nacido en Gales, por un exceso de agua (lo dicen los astrólogos)

se murió en Nueva York (según los médicos) por una sobredosis

de alcohol y de morfina.

Adiós, caro papá. Hola, señora, dulce muerte.

Este día que ahora vamos tejiendo en mi casa estremecida

de mar y vino lila, en pobre paz yo canto al bosque giratorio

y bajo el bosque lácteo. Desde estas hojas de árbol

que han de volar, y caen, para que ustedes sepan

lo que yo: un hombre gira en rudo cabalgar mientras el río lo traga

con el mejor amor, el demasiado, el nunca suficiente.

Adiós al himno: las profundas campanas del ahogado.

Hola a la pobre paz que el sol pone en lo oscuro de este campo.

Bendecido de sangre, de árboles genealógicos

nos moverá el amor. Aún se mueve el río

donde aúllo mi derrota. Adiós al hombre

borrascoso, a la mitad que fui. El miope sordomudo

que perdió la razón de la luz en tus ojos. Este

es el grito. Ya no nos moverán

de sus orillas. Pero la orilla es larga y cubre todo

el mundo. Esta grieta de luz es

el futuro. Si el diluvio

florece

cabalgaremos solos.


De Greetings to the Family (Vaso Roto,  2016)


CABALLOS DESBOCADOS

[Confesión de Mishima]


Viene mi padre

y dice: hay un sitio

en el hombre

en el que nunca he estado.

Desde niño lo supe. Cambia de voz

la voz

que desde un blanco

tenue

fortifica los huesos cuando avanza

y regresa lo grave del morir

con esta otra visita que nos hace

la vida. Nos ha dado la espalda aquello

en que montamos la primera ilusión

el enamoramiento

la pasión

la costumbre

y luego el desencanto.

Viene

y se va

sin fin

resonando la sangre.

En ese punto

exacto

del que ya nadie escapa

de la arteria

hay un filo de voz

una burbuja mínima

que estorba en la carótida

y da paso a otros hombres, des

conocidos todos, urgentes

en la urgencia de hallarme

en el respiro, la voz

entrecortada

la vena en la cuchilla

de este decir «papá» cuando siempre

fue el padre quien nos marcaba

el paso.

Viene conmigo y vuelve

su sombra

silenciosa. Viene

apenas su voz detrás de los caballos

y azotaron las puertas del quirófano

en donde estoy tendiendo estas palabras. Es

más firme que yo si sostiene

mis dedos. Enormes como ese dios que llega

retrasado a la cita que pedimos

hace casi dos lustros, su sombra

es una coz

casi aquel sobresalto que provocan los ojos

que no aman

lo que amamos, pero que no por eso dejan

de ser un grito, la sirena encendida de ese deseo, pasión

estampida de estar dentro de una mirada

aunque se nos desangre

el alma por sus finas suturas. La cicatriz

es brida, un tope

nunca más la armadura

por muy azul que sea, por cielo

desmedido o el recuento de daños

de ese alguien que no está.

Se escucha una sirena lejanísima: parece

decir horses, horses, horses,

pero yo escucho hurts, hurts, hurts.

Puede venir

de mí, igual que vino el padre

de su padre y su padre.

Pueden venir los restos del naufragio

a incinerar mi voz

y no van a callar

esto

que estoy mirando.

Y si puede venir, que diga

para quién se presenta, qué sombra

fue la suya

si son ciertas estas duras palabras que caen

sobre la nieve. Más dura (casi tarda) en volver a nosotros

el agua del alivio que nos diagnosticaron. La sangre

que es de todos

tiene un trote distinto. Se escucha horses

aunque resuena hurts. Otra

manera de saltar por las cercas, y a lo lejos

solo queda el rumor, la sequedad del ojo

y ese helado callarnos

la partida.

Pero que no nos diga que es

la muerte: esa mi sombra larga

porque puedo matarla

contra mi propio miedo.

En cambio, al padre

no. Viene

conmigo el sitio donde nos encontramos.

Esa caballeriza de haber estado juntos en mis treinta

y dos años que son el par de espuelas

que le hinco en los ijares, que aprieto en sus costillas

con las cuales desgarro su grupa con un amor de hierro

a fuego vivo y cal para la herida. Y si lo monto

a pelo, ese padre no deja de patearme

de relinchar la negación del hijo

no dos sino tres veces, no un par sino otros hijos

la sagrada familia que no vaya a enterarse de estas cosas

porque ya no hay amor, aunque haya avena

y lazos y herradura para quien se encabrite.

Escucho una sirena ya muy cerca: parece decir

hurts, hurts, hurts

pero resuena horses.

Que no nos diga el padre, ese hombre

que se viene con sus escasos litros de ternura

tan bronca, el semental más hosco

que se doma la muerte si viaja detrás nuestro

o si la colocamos adelante

apretamos su vientre y le dejamos ir

todo el camino andado tras la sombra del padre.

Puede o podría venir conmigo esa sombra de voz

que ya no reconozco como la de mi padre. Pudiera ser

una leche más fértil al traspasar sus belfos

y abandonar ese cilindro duro que cargo junto a mí

como una cartuchera, como un cuerpo más mío

el agudo disparo que iniciara en la aorta

y estalla en la válvula tricúspide con su gota de sangre

su DNA similar, los altos triglicéridos

que no brincan la cerca y por eso se escuchan las sirenas

en ese mar de fondo de su arteria

en ese mar profundo

del dolor y por toda la sala ambulatoria. Amar

era una excusa para estar con mi padre. Lo que realmente

quise fue penetrar su piel hasta encontrar mi cuerpo

latiendo gota a gota.

Mi padre, en cambio, vino

sin válvula mitral y sin arterias: dejó

que le llenaran el cuerpo de tubitos de plástico

y de suero. Ahora se alimenta

de sombras y temores. Desde la hombría

lo sé: y abandono mi voz por la que ahora le sangra.

Intercambio

su abrazo por mi beso. No lo dejo sufrir, porque no

es de hombres.

Preparo mi escopeta, apunto a su garganta

y cuento: una, dos, tres.

Una, dos, tres, papá, no te me escondas.

Una, dos, tres, por ese enorme padre que vuelve

a estar conmigo.


De Enola Gay (Vaso Roto, 2019)

Fotografía por Francisca Pageo
Fotografía por Francisca Pageo


Luis Armenta Malpica es poeta, ensayista y director de Mantis Editores. Premio Jalisco en Letras en 2008 y Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en 2013, entre muchos otros; los más actuales son el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada (2020), Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal (2021) e Iguana de Oro por la Cátedra Huston de Cine y Literatura de la Universidad de Guadalajara (2022). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Sus títulos más recientes son [Contra] Dicción (UANL, 2022), Enola Gay (Vaso Roto, España, 2022, en edición bilingüe), Esto no es un bestiario (Tedium Vitae, 2023) y Camaleones razones para armar (Col. El Ala del Tigre, UNAM, 2024).









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