Habitante del fuego, poesía de Mijail Lamas
- Palabra que dormía

- 24 sept
- 8 Min. de lectura
La poesía de Mijail Lamas se ubica en un espacio singular de la lírica contemporánea hispanoamericana: allí donde confluyen la desolación de los paisajes fronterizos, desérticos, la memoria quebrada, la violencia difusa y la lucidez existencial. Su voz poética se construye con una mezcla de densidad simbólica, lirismo contenido y un pulso narrativo que recorre poemas como fragmentos de vidas extraviadas.
Aunque no adscrita a formas métricas tradicionales como el soneto, su poesía revela una estructura interna rigurosa, hecha de imágenes potentes, cadencia medida y visión ética, en diálogo con poetas como José Carlos Becerra, William Butler Yeats, T. S. Eliot, o incluso la tradición portuguesa, a la que ha traducido.
En la poesía de Mijail Lamas, la violencia no irrumpe como estallido, sino como un espectro persistente. Aparece esta fuerza oscura en paisajes desoladores, en cuerpos que el viento balancea, en el eco de disparos que nunca cesan del todo. Pero no se trata únicamente de violencia externa, sino también de un desarraigo íntimo: el sujeto poético vaga sin nombre, entre pensiones baratas y pueblos fantasmas, exiliado hasta de sí mismo.
Esta errancia se acompaña de un diálogo constante con la tradición literaria, donde las citas escogidas por el autor no son meramente decorativas, sino puntos de anclaje en medio del extravío. Lamas escribe desde los márgenes, pero con una conciencia lírica profunda, donde el poema es a la vez brecha, mapa y memoria. Una poesía como la épica del que se siente extraviado, del que vaga y, en ese vagar, divaga para hallar consuelo.
Poesía
Memoria del desierto
he visto tus manos danzar como la arena que danza…
Anónimo, Cantos de los oasis del Hoggar
me busco en la silenciosa ceniza de tu memoria
Al Berto
Yo podría también en este umbral, junto a la precaria armadura de tu olvido,
enumerar los hechos…
José Carlos Becerra
I
Empiezas a escribirle en el desierto
la carta que te guardas para no contarle
que intentabas hundirte en el costado abierto de esa luz.
Como todos los que llegan aquí tú también huías.
Como todos los que han perdido algo y huyen de su propia pérdida.
Escapabas de ti y pasabas las noches viendo el cielo,
asombrado de que hubiera tanta estrella.
Caminabas colina arriba,
divisando el mar de luces de la otra ciudad,
la verdadera, la siempre ávida,
con sus huesos triturados más allá de la ignominia,
en la que a veces tú también te refugiabas
durmiendo en autos varados en estacionamientos frente al río,
en moteles que escondían la desesperación y la oscuridad
tras cortinas pesadas.
Pero también te quedabas a la espera de vuelos perdidos,
de rutas sin nómina.
Tu soledad se doraba como la arena de todas las palabras que jamás le dijiste,
como el florecimiento de una sed cercana a los incendios:
marchita tolvanera cegando sus rostros.
Entonces fueron peces de un mar extinto
buscando una oportunidad para salir a flote.
Tú cantabas viejas canciones que traía la distancia,
tú enumerabas sus pasos.
Nadaban en una atmósfera de luz que calcinaba
y fingían entender la desolación de las calles,
pero era más una forma de resignación al desamparo.
Te miraban con recelo porque siempre estabas solo,
desterrado con un prestigio sospechoso, una falsa contraseña,
el salvoconducto que tú mismo te inventabas
para transitar sin miedo ante la angustia de un desastre,
esa deriva de la arena que envolvía su propia devastación:
…mis sueños distraídos por las calles
dormidos al pie de las colinas…
Ahí te refugiabas en cuerpos, en voces
que prodigaban momentáneas maneras de la salvación.
Y descubrías otros desiertos dentro de ti
donde imaginaste sus manos danzar como la arena que danza…
Muy cerca de donde un muro va cortando en dos el oleaje
la memoria también parecía interrumpirse por un muro.
Entonces la luz se despedía como los que se ahogan intentado cruzar
al otro lado.
En el sueño de ayer su piel iluminaba el cuarto a oscuras
y viste danzar sus manos como la arena que danza…
Su piel amanecía en medio de la noche
mientras que afuera el viento arrasaba la ciudad
que cada mañana volvía a levantarse
ladrillo a ladrillo, pero más triste.
Porque hablarle siempre fue lanzar una botella al agua
con una nota en un idioma que ella no entendía.
¿De dónde salieron esos extraños animales que habitan sus palabras?
Ellos olfatearon su soledad,
su nostalgia de insectos donde reinaba la mosca tenaz de la impaciencia.
Una vegetación agreste crecía en su pecho y se enredaba en tus manos.
La luna se desgajaba cuando ella miraba esta tierra roja
y los antiguos deseos del agua donde ya no existe el mar.
Ya sólo te quedaba
un silencio que contenía todo el ruido de lo que ella soñaba:
la monótona desesperación de los insomnes.
II
Te guardaste para ti la historia del colgado:
frente a la biblioteca y en el único árbol centenario
oscilaba su cuerpo poniendo en tensión las profecías
que todos los noticieros olvidaron.
Entonces no escribiste más sobre calles vacías
o apocalipsis de domingo,
donde anidaba el viento y la locura de la espera.
No le contaste cómo de noche podías escuchar el tren que nadie aborda,
pero era como si tú fueras a abordarlo para despedirte de ella,
y una imagen de ti mismo agitara su propio pañuelo al alejarse
como en el poema de Carlos Lacroix.
Tampoco le hablaste de aquellas casas con las luces encendidas,
y que siempre sospechaste que nadie vive ya dentro de ellas.
Nunca le escribiste sobre el aire que levanta la arena
y el paisaje que enrojecía tus ojos,
mucho menos del crujido del árbol
que resiste el peso de un cuerpo que el viento balancea.
III
Soñaba con tu cuerpo
dormía una noche sin ventanas
era mediodía
y tú pastoreabas campos de clonazepam
el frío entumecía y yo nadaba
cantigas del mar de Vigo
me llevaban a otra parte
ahí también el frío a tu lado
la luz seguía apagada no dormía
y en el mar también estaba nublado
era preferible así
para no ver la tristeza de los muros
la mugre incrustada en la pintura
las cobijas eran mi único refugio
la cantiga era todas las cantigas
de Don Denis a Pero Meogo
y yo iba de Camões hundido en el mar de las cobijas
tierra y mortaja me reconvenían
siempre náufrago
despacio un navegante
amiga soy que se despide
IV
Al despertar ella se iba quedando lejos
en medio de un camino de arenas amarillas,
como las diligencias saqueadas de los westerns.
Y tú te ibas quedando ya sin rostros,
sin salidas de emergencias,
sin celos, sin calor, sin rabia en los costados,
con un himno de plagios y la música vieja,
con las mismas palabras que no sueñan
y la alucinación de un niño al que le borran los ojos,
te quedabas como el más tonto discípulo del viento,
con tu lengua olvidada entre la lumbre.
Caminaste hasta el sueño de la claridad que no comprendes
en las islas que han perdido su nombre a la deriva
y corriendo tras de ella sin poder alcanzarla
comprobaste que no existía una manera de volver
si no era como el olvido.
V
De mi canción hice un abrigo…
William Butler Yeats
Pero ahora el desierto y la muerte te saludan,
te dedican miradas amarillas.
Amapolas pequeñas sobreviven asfalto y carretera,
el viento es capitán de todas las parvadas,
que va borrando tu rastro,
que va olvidando tu rostro
en la marcha inalterable de los desesperados.
En el último pueblo olvidaste tu nombre,
y aceptaste sin angustia posibles desenlaces.
$12.50 la noche, una pensión de tecatos.
Cerca de la línea un bar, una rockola.
En todos los espejos de las licorerías,
en todas las vitrinas de almacenes de chinos
te sorpredías sonriendo como idiota.
Las monedas exactas no conocían el sueño,
la sed era la espuela,
el alcohol un caballo reventado.
La memoria es el invento de todos los olvidos
que cotidianamente te niegas a ensamblar.
Pero el desierto es trama y laberinto
que vuelve a repetir historias extraviadas,
que vuelve a colocar sus piesas de ajedrez
donde la arena es el tablero que pierde a los alfiles.
En mediodias así vuelves hacer polvo de esos huesos.
Y el dolor vuelve a servir la mesa,
su diligente modo de golpear los cristales trepana los silencios
y regresas a andar por las cenizas,
comisarías y morgues para tu decepción.
Hay muertos extemporáneos que nunca se despiden,
en las osamentas exhumadas de los atardeceres
escuchas de nuevo los disparos.
El desierto y la muerte te saludan,
la amarilla indolencia de la arena
relumbra en la cerveza de la noche.
Se duermen arrulladas por el miedo sirenas y patrullas,
en alambradas y muros cuelga el recuerdo que tienes del amor.
Se despidió el deseo con un tiro en la frente,
nadie busca tu rostro,
nadie encuentra tu rastro.
La muerte y el desierto no te dejan dormir:
rafagas de palabras detonadas a un tiempo.
La cerveza se entibia,
no parpadea en tus ojos la estrella consumida que no suena,
sabes que entre las dunas te lamerá la lumbre
y tu cráneo destrozado confundido en la arena.
Poetry / Poesi
V
From my song I made a coat…
William Butler Yeats
But now the desert and death greet you,
they dedicate yellow glances to you.
Small poppies survive asphalt and highway,
the wind is captain of every flock,
erasing your trail,
forgetting your face
in the unalterable march of the desperate.
In the last town you forgot your name,
and accepted without anguish possible endings.
$12.50 a night, a junkies’ boarding house.
Near the border, a bar, a jukebox.
In all the mirrors of liquor stores,
in all the windows of Chinese shops
you were surprised to see yourself smiling like an idiot.
Exact coins did not know sleep,
thirst was the spur,
alcohol a horse already broken.
Memory is the invention of all forgettings
you daily refuse to piece together.
But the desert is a plot and a labyrinth
that repeats again its lost stories,
that sets again its chessmen
where the sand is the board that sacrifices bishops.
At noons like these you again turn bones into dust.
V
Frå songen min laga eg ein kåpe…
William Butler Yeats
Men no helsar ørkenen og døden deg,
dei vigslar gule blikk til deg.
Små valmuer overlever asfalt og motorveg,
vinden er kaptein for kvar flokk,
viskar ut spora dine,
gløymer andletet ditt
i den ubøyelege marsjen til dei fortvila.
I den siste byen gløymde du namnet ditt,
og tok imot utan uro moglege sluttar.
12 dollar og femti natta, eit junkie-pensjonat.
Nær grensa, ein bar, ein jukeboks.
I alle speglar i spritbutikkar,
i alle vindauge i kinesiske sjapper
vart du overraska over å sjå deg sjølv smilande som ein idiot.
Nøyaktige myntar kjende ikkje søvn,
tørsten var sporen,
alkoholen ein hest alt temd.
Minne er oppfinninga av alle gløymsler
du dagleg nektar å setja saman.
Men ørkenen er eit komplott og ein labyrint
som igjen fortel dei tapte sogene sine,
som set brikkene på nytt
der sanden er brettet som ofrar biskopar.
I slike middagar gjer du på nytt bein til støv.

Semblanza
Mijail Lamas (Culiacán, 1979). Poeta, traductor y maestro de escritura creativa. Tiene un MFA en Creative Writing por la University of Texas at El Paso. Ha publicado los libros de poemas: Contraverano (2007), Cuaderno de Tyler Durden seguido de Fundación de la casa (2008), Trevas. Canción del navegante de sí mismo (2013), El canto y la piedra (2017), Un recuento Parcial de los Incendios, selección de poemas 2007-2017 (2022) y Memoria del desierto (2023). Editó cinco volúmenes de poesía internacional para Valparaíso Ediciones México y Círculo de Poesía Libros. Tradujo las antologías Lluvia oblicua. Poesía portuguesa actual (2018), ¿Lo diría mejor el tiempo? Un siglo de poetas portuguesas (2020) y [corset], de Beatriz Hierro Lopes. Ha obtenido el accésit del X Concurso de Poesía Ciudad de Zaragoza 2011, el Premio de Poesía Clemencia Isaura del Carnaval Internacional Mazatlán 2012 y el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (poesía) en 2023. Fue editor de Rio Grande Review, revista del Creative Writing Program de la University Of Texas at El Paso. Es uno de los editores de la revista electrónica Círculo de Poesía. Fue incluido en El canon abierto. Última poesía en español (1970-1985) de la editorial española Visor Libros.





Comentarios