Los enigmas poéticos del amor y la muerte en José Molina
- Palabra que dormía
- 25 may
- 6 Min. de lectura
Al leer la poesía de José Molina, uno se siente en un lugar familiar cultivado de intimidad y nostalgias. Los grandes temas de la poesía: el amor, la pérdida y la muerte, se reinventan en el poeta y entrelazan con la cadencia suave del mar y la memoria. Las metáforas corren libremente por el prado de los poemas de Molina, atravesando el viaje de las emociones en un tránsito hacia el recuerdo, el deseo y la aceptación de lo efímero. Su lenguaje, delicado pero cargado de profundidad, evoca un universo en el que lo cotidiano se vuelve símbolo: el oleaje, la arena, los labios, el cuerpo amado, voces que se apagan como barro y van quedando mudas... Adentrarse en la poesía de nuestro autor andaluz, es poder contemplar el amor y la muerte no como un punto fijo, sino como un paisaje cambiante a lo largo del tiempo y los afectos que construyen su poesía. Una voz contemporánea con tintes clásicos con la que tenemos el placer de contar en este nuevo número de Palabra que dormía.
Poesía
Canción de la muerte
Muero, mi amor, y muero, por lo que no debería morir. Muero al sentirte cerca y no poderte decir, decirte que muero y muero al encontrarme sin ti. Muero en la noche negra, muero en tus negros ojos. Muero en tu mirada blanca, muero en tu blanco cuerpo. Muero, mi niña, muero de tanto amarte en silencio. La canción de la muerte redobla en los redondos tambores del viento. Muero, que muero y muero, cuando tus labios se callan los dulces besos que yo quiero. Muero en tus sollozos ahogado, muero en la ausencia de tus brazos. Muero, muriendo muero, cuando llamo a las puertas de tu vida, y no respondes ni suspiras. Muero, que sé que muero, porque en las heladas noches de invierno ocultas tus ardientes pechos para que mis manos no los encuentren. Muero, despacio muero, que la muerte me espera y su canción ya retumba en los altos valles del cielo.
Sin ti
Aún me siento palidecer
cuando me miras
como un huracán ardiendo
entre gemidos y sollozos.
Sé que la noche es tuya y, sin embargo,
trato fugazmente de apresarla
subido a las ráfagas cálidas
que emanan de tu cuerpo.
Me dejo llevar hasta el fondo
de tu espuma brava
cuando a borbotones se desnuda
desde las entrañas de ese pozo
misterioso y negro
que en ti se agita y duerme.
Todavía amanezco en tu luz
y muero en tu ausencia.
Te digo que eres el alma de las cosas
y la esperanza que asciende
por mis frágiles venas,
como un arrullo encendido
acunando la locura que me hiere.
Sin ti no existe la espera ni el deseo,
ni las dulces voces que titilan al alba
ni los sueños que en mí se enredan
bajo el palio oscuro de la madrugada
que eternamente te aguarda.
Por ti lucho en el infierno,
en el fuego apasionado y crepuscular,
en el vértigo imparable
de las horas que no cesan,
en el laberinto que se consume
entre la razón y la duda.
Junto a ti descubro
los enigmas del aire,
las fuerzas que me alientan
en el camino hacia la felicidad,
el silencio que calla
en el paraíso de tus labios.
Sin ti se desangraría
el débil corazón
que temeroso late
acurrucado en mi pecho.
Sin ti mi vida,
enloquecida y muda,
sucumbiría presa del miedo
a no volver a tenerte.
Callejón de Aguirre
Relucen en mi lívida memoria
las paredes encaladas de sueños
del callejón angosto
en el que me asomé a la vida
un día lejano de otoño
con olor a castañas y acerolas.
En su inmaculada blancura
florean manojos de geranios verdes
ceñidos en tiestos de tierra erguida,
claveles reventones echando raíces
en macetas ungidas de barro,
azucenas enrejadas en balcones.
Por la mañana de luz mañanera
desde lo alto se desploman
destellos de suspiros celestes
tiñendo de vívida alegría
el requiebro de su estrecha cintura
que zigzaguea de un lado para otro.
En su suelo de alfombra empedrada
se trazan dibujos enredados
que van y vienen, que vienen y van
mientras a lo lejos se escuchan
los ecos ambulantes del traedor
de higos chumbos recién cortados.
Por la tarde de siesta y ronquido
un sol de justicia divina
se desploma en lo alto de la azotea,
hasta que un halo de brisa fresca
rebrota en las hojas donde sestean
¡moras, moritas, moras!
En las noches preñadas de luna
se descuelgan farolillos de estrellas
para mirarse a escondidas
en un hilo transparente de agua
que corre sin miedo callejón abajo
buscando un vocerío mudo.
En el alma del callejón de Aguirre,
a la sombra de la calle de Elvira,
donde serpentean las Manolas,
reverdecen las azucenas y los geranios,
revientan a borbotones los claveles,
dormitan mis más remotos recuerdos.
En la orilla
Con el alma almidonada
y el corazón sin arrugas,
surco un mar adormecido
empujado a contracorriente
por el suave rumor de las olas,
que me susurran al oído
que la orilla está cerca,
que en ella hay jergones
de arena nívea y fina
en los que poder reposar
amargos sinsabores.
Quizá esa orilla que me aguarda
sea como la tersura de tus labios
en los que se recostaba mi boca
cuando clamaba sedienta
un beso empapado de amor,
como aquellos que me dabas
las tardes de miradas nítidas,
pasiones encendidas
y cuerpos desnudos
en las que me abrazabas
sin mediar palabras.
Cuando arribe a la orilla
a una hora intempestiva,
me dejaré caer rendido
en los brazos de ese manto
de arena escurridiza y fina
que ya diviso en la feliz lejanía,
y sabré si son como los tuyos,
esos que me esperaban en vela,
aún con nuestras vidas al raso,
para envolverme sin tregua
las frías noches de invierno.
Ahora que el amor permanece
pero los deseos se esfuman,
como si desamáramos lo amado
y regresáramos al punto de partida,
quizá cuando recale en la orilla
ya no encuentre tus brazos
para enredarse con los míos,
la húmeda embocadura de tus labios
queriendo ocultar mi boca,
la delicada silueta de tu cuerpo,
recortado al trasluz de la ventana.
Dolor y muerte
A las víctimas que habitan mi paisaje exterior, pero laten dentro de mí
Cómo duele el llanto desesperado
que emerge como alma en pena
desde las profundas entrañas de la tierra,
sin que nada pueda hacerse
por restañar sus heridas de muerte.
Cómo aterra escuchar en la lejanía
voces apresadas entre piedras y barro
que se van apagando hasta quedarse mudas,
esos corazones que se van agrietando
hasta perder el último de sus latidos.
Cómo aflige no poder apiadarse
de los que claman un hálito de esperanza
allí donde no existe el derecho a vivir,
solo el derecho a morir en agonía
en brazos de un temblor aciago.
Cómo espanta observar impotentes
las vidas que se derrumban
en un abrir y cerrar de ojos,
las que tanto costó construir
con sangre, sudor y lágrimas.
Cómo sonroja sentir el dolor ajeno
desde la más remota distancia,
sin poder mover una sola mano
ni borrar allá donde esté escrito
que deban pagar justos por pecadores.
Cómo atormenta observar entre tinieblas
cómo se quiebran sueños sin cumplir,
secarse sollozos que ya no consuelan,
pedir a gritos que alguien los salve,
que su dios lo ha abandonado a su suerte.
Cómo angustia ver desplomarse el paraíso
y convertirse en un infierno letal
en el que arden cuerpos y almas,
gentes a las que la miseria condenó
a vivir en el destierro y morir bajo tierra.
Cómo estremece sentir que el tiempo se acaba,
que el reloj de la vida se detiene,
que hay luces que lentamente se apagan
y criaturas que se consumen
sin que nadie pueda rescatarlas.

Semblanza
José Molina Melgarejo es miembro de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios. Ha trabajado en el mundo editorial durante más de cuarenta años, a lo largo de los cuales ha ejercido casi todos los oficios. Como escritor, al margen de sus numerosos trabajos periodísticos y de un gran número de escritos inéditos, es autor, entre otras obras, de los libros de relatos El alma desnuda. Relatos desafiando al tiempo y Un soplo en el corazón, Premio de Cuentos Ignacio Aldecoa; de las novelas Mañana de domingo, Aquellas maravillosas vacaciones, Urgencias y Diario de un adolescente en prácticas, así como de los poemarios El delirio de la palabra. Prosas y versos de juventud; Del amor y otras locuras; Reverso y anverso. Poemas de largo recorrido; Travesía sentimental, y Paisaje interior. Poemas de última hora.
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