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Los enigmas poéticos del amor y la muerte en José Molina


Al leer la poesía de José Molina, uno se siente en un lugar familiar cultivado de intimidad y nostalgias. Los grandes temas de la poesía: el amor, la pérdida y la muerte, se reinventan en el poeta y entrelazan con la cadencia suave del mar y la memoria. Las metáforas corren libremente por el prado de los poemas de Molina, atravesando el viaje de las emociones en un tránsito hacia el recuerdo, el deseo y la aceptación de lo efímero. Su lenguaje, delicado pero cargado de profundidad, evoca un universo en el que lo cotidiano se vuelve símbolo: el oleaje, la arena, los labios, el cuerpo amado, voces que se apagan como barro y van quedando mudas... Adentrarse en la poesía de nuestro autor andaluz, es poder contemplar el amor y la muerte no como un punto fijo, sino como un paisaje cambiante a lo largo del tiempo y los afectos que construyen su poesía. Una voz contemporánea con tintes clásicos con la que tenemos el placer de contar en este nuevo número de Palabra que dormía.




Poesía


Canción de la muerte


Muero, mi amor, y muero, por lo que no debería morir. Muero al sentirte cerca y no poderte decir, decirte que muero y muero al encontrarme sin ti. Muero en la noche negra, muero en tus negros ojos. Muero en tu mirada blanca, muero en tu blanco cuerpo. Muero, mi niña, muero de tanto amarte en silencio. La canción de la muerte redobla en los redondos tambores del viento. Muero, que muero y muero, cuando tus labios se callan los dulces besos que yo quiero. Muero en tus sollozos ahogado, muero en la ausencia de tus brazos. Muero, muriendo muero, cuando llamo a las puertas de tu vida, y no respondes ni suspiras. Muero, que sé que muero, porque en las heladas noches de invierno ocultas tus ardientes pechos para que mis manos no los encuentren. Muero, despacio muero, que la muerte me espera y su canción ya retumba en los altos valles del cielo.



Sin ti


Aún me siento palidecer 

cuando me miras  

como un huracán ardiendo 

entre gemidos y sollozos. 


Sé que la noche es tuya y, sin embargo, 

trato fugazmente de apresarla 

subido a las ráfagas cálidas 

que emanan de tu cuerpo. 


Me dejo llevar hasta el fondo 

de tu espuma brava 

cuando a borbotones se desnuda 

desde las entrañas de ese pozo 

misterioso y negro 

que en ti se agita y duerme. 


Todavía amanezco en tu luz 

y muero en tu ausencia. 

Te digo que eres el alma de las cosas 

y la esperanza que asciende 

por mis frágiles venas, 

como un arrullo encendido 

acunando la locura que me hiere. 


Sin ti no existe la espera ni el deseo,

ni las dulces voces que titilan al alba 

ni los sueños que en mí se enredan 

bajo el palio oscuro de la madrugada 

que eternamente te aguarda. 


Por ti lucho en el infierno, 

en el fuego apasionado y crepuscular, 

en el vértigo imparable 

de las horas que no cesan, 

en el laberinto que se consume

entre la razón y la duda. 


Junto a ti descubro 

los enigmas del aire, 

las fuerzas que me alientan 

en el camino hacia la felicidad, 

el silencio que calla 

en el paraíso de tus labios. 


Sin ti se desangraría 

el débil corazón 

que temeroso late

acurrucado en mi pecho.



Sin ti mi vida, 

enloquecida y muda,

sucumbiría presa del miedo

a no volver a tenerte.



Callejón de Aguirre


Relucen en mi lívida memoria

las paredes encaladas de sueños

del callejón angosto 

en el que me asomé a la vida

un día lejano de otoño

con olor a castañas y acerolas.


En su inmaculada blancura

florean manojos de geranios verdes

ceñidos en tiestos de tierra erguida,

claveles reventones echando raíces

en macetas ungidas de barro,

azucenas enrejadas en balcones.


Por la mañana de luz mañanera

desde lo alto se desploman

destellos de suspiros celestes

tiñendo de vívida alegría

el requiebro de su estrecha cintura

que zigzaguea de un lado para otro.


En su suelo de alfombra empedrada  

se trazan dibujos enredados

que van y vienen, que vienen y van

mientras a lo lejos se escuchan 

los ecos ambulantes del traedor 

de higos chumbos recién cortados.


Por la tarde de siesta y ronquido

un sol de justicia divina

se desploma en lo alto de la azotea,

hasta que un halo de brisa fresca

rebrota en las hojas donde sestean

¡moras, moritas, moras! 


En las noches preñadas de luna

se descuelgan farolillos de estrellas

para mirarse a escondidas

en un hilo transparente de agua

que corre sin miedo callejón abajo

buscando un vocerío mudo.


En el alma del callejón de Aguirre, 

a la sombra de la calle de Elvira, 

donde serpentean las Manolas,

reverdecen las azucenas y los geranios, 

revientan a borbotones los claveles,

dormitan mis más remotos recuerdos.


En la orilla


Con el alma almidonada

y el corazón sin arrugas,

surco un mar adormecido

empujado a contracorriente

por el suave rumor de las olas,

que me susurran al oído

que la orilla está cerca, 

que en ella hay jergones 

de arena nívea y fina

en los que poder reposar 

amargos sinsabores. 


Quizá esa orilla que me aguarda

sea como la tersura de tus labios

en los que se recostaba mi boca

cuando clamaba sedienta

un beso empapado de amor,

como aquellos que me dabas

las tardes de miradas nítidas,

pasiones encendidas

y cuerpos desnudos

en las que me abrazabas 

sin mediar palabras. 

Cuando arribe a la orilla

a una hora intempestiva,

me dejaré caer rendido 

en los brazos de ese manto 

de arena escurridiza y fina

que ya diviso en la feliz lejanía,

y sabré si son como los tuyos,

esos que me esperaban en vela,

aún con nuestras vidas al raso,

para envolverme sin tregua

las frías noches de invierno.


Ahora que el amor permanece

pero los deseos se esfuman,

como si desamáramos lo amado

y regresáramos al punto de partida,

quizá cuando recale en la orilla

ya no encuentre tus brazos

para enredarse con los míos,

la húmeda embocadura de tus labios

queriendo ocultar mi boca,  

la delicada silueta de tu cuerpo, 

recortado al trasluz de la ventana.



Dolor y muerte


A las víctimas que habitan mi paisaje exterior, pero laten dentro de mí


Cómo duele el llanto desesperado 

que emerge como alma en pena

desde las profundas entrañas de la tierra, 

sin que nada pueda hacerse 

por restañar sus heridas de muerte. 


Cómo aterra escuchar en la lejanía

voces apresadas entre piedras y barro 

que se van apagando hasta quedarse mudas,

esos corazones que se van agrietando

hasta perder el último de sus latidos.


Cómo aflige no poder apiadarse

de los que claman un hálito de esperanza

allí donde no existe el derecho a vivir,

solo el derecho a morir en agonía

en brazos de un temblor aciago.


Cómo espanta observar impotentes

las vidas que se derrumban

en un abrir y cerrar de ojos,

las que tanto costó construir

con sangre, sudor y lágrimas.


Cómo sonroja sentir el dolor ajeno

desde la más remota distancia,

sin poder mover una sola mano 

ni borrar allá donde esté escrito

que deban pagar justos por pecadores.


Cómo atormenta observar entre tinieblas

cómo se quiebran sueños sin cumplir,

secarse sollozos que ya no consuelan,

pedir a gritos que alguien los salve,

que su dios lo ha abandonado a su suerte.


Cómo angustia ver desplomarse el paraíso

y convertirse en un infierno letal

en el que arden cuerpos y almas, 

gentes a las que la miseria condenó

a vivir en el destierro y morir bajo tierra.


Cómo estremece sentir que el tiempo se acaba,

que el reloj de la vida se detiene,

que hay luces que lentamente se apagan

y criaturas que se consumen 

sin que nadie pueda rescatarlas.




Foto: Irene Rus
Foto: Irene Rus


Semblanza


José Molina Melgarejo es miembro de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios. Ha trabajado en el mundo editorial durante más de cuarenta años, a lo largo de los cuales ha ejercido casi todos los oficios. Como escritor, al margen de sus numerosos trabajos periodísticos y de un gran número de escritos inéditos, es autor, entre otras obras, de los libros de relatos El alma desnuda. Relatos desafiando al tiempo y Un soplo en el corazón, Premio de Cuentos Ignacio Aldecoa; de las novelas Mañana de domingo, Aquellas maravillosas vacaciones, Urgencias y Diario de un adolescente en prácticas, así como de los poemarios El delirio de la palabra. Prosas y versos de juventud; Del amor y otras locuras; Reverso y anverso. Poemas de largo recorrido; Travesía sentimental, y Paisaje interior. Poemas de última hora.


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